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Biografía
Etapa 1925-1960

Victoria Gamarra Ramírez y la décima
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Nicomedes habla sobre su madre y la décima

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Mi madre, doña Victoria Gamarra (1887), se pasaba el día entero cantando mientras trabajaba lavando ropa en una batea durante dieciocho o veinte horas diarias; sabía de todo: panalivio, festejos, habanera, vals antiguo y décima. Esta última la había aprendido de niña, con los carreteros del ferrocarril inglés en Monserrate; un día se quedó con la libreta de décimas olvidada por un trovador y se aprendió de memoria los versos. Ese trovador se había pasado de vino en la bodega del italiano donde contrapunteaban estos carreteros; al bodeguero le gustaba mucho las décimas y siempre sacaba una botella de la casa para que siguieran cantando.

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En las noches, recuerdo, me buscaba un negrito que me doblaba la edad llamado Pílade; me recitaba las décimas que aprendía de su padre; cuando él murió, en el año 30, me impresioné muchísimo porque era la primera persona que veía muerta. Mi relación con la décima sufrió un parón en sus primeros años: Mi madre se afectó del corazón y por esto ya no cantaba; al poco tiempo nos fuimos de La Victoria.

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Mi padre era buen técnico en refrigeración por amoníaco y trabajo de caldera de vapor, que se usaba todavía y entró a trabajar en una hacienda que se llamaba Lobatón, en el barrio de Lince (primeros años treinta). Y allá, en Lobatón, me olvidé de las décimas, pero no de la poesía, que me gustaba mucho. En esta época compuse silvas, sonetos, versos formales que no me llenaban.

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Desde los tiempos del colegio me gustaba la poesía, pero con el ojo que tenían los profesores, escogían a los chicos que 'debían' recitar poemas. La décima conservaba aún alguna función social por aquel entonces; además, la poesía estaba muy presente en el programa educativo de la época, aunque casi todo lo que se estudiaba era del Siglo de Oro Español. La única vez que actué fue en mi clase. El profesor dijo: “A ver, quien tiene vocación para el arte”. Yo dije: “Quiero cantar”. (Libertad Lamarque acababa de hacer la película Besos Brujos.) Entonces el profesor me presentó: “En tercer lugar, Nicomedes Santa Cruz cantando Besos Brujos”. Cuando llegó mi turno saqué el cancionero porque no me sabía la letra y allí acabó todo: “¡Vaya a sentarse...!” 

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Para conocer más sobre los Gamarra, ver artículo de Alina Santa Cruz Bustamante.'Los Gamarra pintores decimonónicos: reconstruyendo la memoria y la identidad de la familia Santa Cruz Gamarra' en el nº 6 de la revista 'Palenque'

Nicomedes Santa Cruz Aparicio
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Nicomedes Santa Cruz Aparicio

poco antes de partir hacia EE.UU

 

"La comedia del señor Santa Cruz revela excepcionales condiciones para el arte dramático y un conocimiento profundo de esa dificilísima mecánica del movimiento de los personajes con lógica y naturalidad".

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Crítica de la Revista Variedades sobre la obra teatral 'Confort del hogar' de Nicomedes Santa Cruz Aparicio, padre de Nicomedes.

Lima Perú. 1909.

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En 1881, a mi abuelo, Pedro Santa Cruz Isla, le habían matado un hijo los chilenos durante la Guerra del Pacífico, y para que no le mataran a otro, embarcó a mi padre, Nicomedes Santa Cruz Aparicio (1871), en el último barco de refugiados que partía a los Estados Unidos con una familia extranjera. Allí se da cuenta de que por ser negro y analfabeto, lo iban a meter a 'esclavito' y se escapó. De esta forma se quedó solo en el mundo a los once años.

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Norteamérica es dura pero, en honor a la verdad, debemos agregar que también fue el país de las grandes oportunidades. Así, Nicomedes no sólo adquirió residencia y ciudadanía norteamericana sino que se hizo un hombre completo: capacitado tecnológicamente en refrigeración por amoníaco, manejo de calderos y motores a vapor (fuerza energética de aquella época). En tanto que en lo cultural, aparte del inglés, que era casi su lengua natural, aprendió el francés, alemán e italiano; poseyendo una valiosa biblioteca entre cuyas joyas se encontraba la Enciclopedia Británica en su edición especial del año 1900, conmemorando el advenimiento del siglo XX.

Testimonio de Octavio Santa Cruz Urquieta

Los años pasan en Norteamérica. Le viene la nostalgia. Empieza a recordar lo que había dejado, la guerra, la desolación, el mundo que había abandonado para no morir. Siente al Perú y regresa en 1903. Triunfa como dramaturgo entre 1908 y mediados de los años veinte con las obras 'Confort del hogar', 'Servicio Obligatorio' y 'Un Don Juan Criollo'. Aquí conoce a mi mamá (1887), que era nieta de su padrino, Demetrio Gamarra. Se enamoran como locos y se queda.

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Contaba que su bisabuelo era indio. Un curaca de Santa Cruz de la Sierra. Por eso nosotros somos Santa Cruz, y que cuando se separa del virreinato de la Plata, que se crea en 1776, el curaca tiene que venir a Lima por unos títulos, y aquí en Lima se compra una negra en el mercado de esclavos, porque había una ley que disponía que los nobles curacas o incas, podían comprar esclavos negros. Tiene prole con esa negra y le pone su nombre, Santa Cruz. Era un hombre de frente plana, como aplanada y de trenza larga (mi padre la guardaba como una joya).

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Yo tenía muy poca comunicación con mi padre. Sin embargo, cuando muere en 1957, empiezo a darme cuenta que me había legado algo. Él me decía en sus últimos años: “Lo felicito señor Santa Cruz, está usted dando de qué hablar”.

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"Nicomedes Santa Cruz: la nostalgia de un autodidacta". El Comercio. 10 de julio de 1977. (PDF)

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Ver: Octavio Santa Cruz Urquieta / Don Nico, el primer dramaturgo negro del Perú. D’Palenque Literatura y Afrodescendencia AÑO VI - N.° 6. Año 2021.


Lima
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En el número 435 de la calle
Sebastián Barranca. 1979.

 

 

Yo nací el 4 de junio de 1925 en La Victoria, la primera barriada de la República, porque la barriada colonial había sido el Rímac. Mucha gente negra y mulata vivía allí. Mi infancia ha sido maravillosa. Éramos los niños más creativos en la pobreza que teníamos. Era una época en que Lima estaba rodeada de huacas, de chacras y huertos. Tú hundías las manos, y encontrabas un fusil de la guerra del ´79. Yo jugaba con los fusiles de la guerra con Chile. Todo eran carretas. Todo eran pregones.

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Los domingos venían todas las tías, y la abuela y preparaban comida de campo; en cinco minutos ya estábamos coronando una huaca. Porque Lima ha sido un santuario que estaba rodeado de huacas, y coronando huacas, que eran muy bajas, se ponía toda la familia a contar cuentos de la esclavitud, o de entierros, de los indios y gentiles. Contaban que los gentiles habían estado enterrados siglos, generaciones tras generaciones, perdían la coloración de la piel y habían descendido a una condición totalmente zoológica; entonces salían a las calles a cambiar mazorcas de oro por comida, y la gente corría despavorida al ver a gente transparente con mazorcas de oro en la mano, pidiendo comida. Esas cosas contaba mi abuela, como se las habían contado a ella.

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Lima era un enclave que estaba más ligado al Caribe que al resto del Perú, porque había desarrollado una cultura mulata en trescientos años y entre murallas. Gente serrana no había. Nadie hablaba de huaylas ni de muliza. Había un nombre genérico: “Serranito, están bailando serranito”.

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Testimonio de Jorge Santa Cruz Gamarra sobre su hermano Nicomedes.  Año 2005. PDF

Testimonio de Octavio Santa Cruz Gamarra sobre su hermano Nicomedes. Año  2005. PDF

Testimonio de Victoria Santa Cruz Gamarra sobre su hermano Nicomedes. Año 2005. PDF


La herrería

Testimonio de Octavio Santa Cruz Urquieta

(en la foto Nicomedes y su hermano Fernando Santa Cruz)

 

Nosotros somos diez hermanos y la mamá siempre veía con qué jugábamos, qué inclinación artesanal teníamos, y de acuerdo con eso, nos buscaba el oficio. Al terminar mi quinto grado de primaria fue mi madre la que me dijo: “Tú vas a ser cerrajero”. “Y eso qué es”, le dije. “Ya vas a ver que te va a gustar”. Entonces me llevó de la mano a donde uno de los mejores maestros cerrajeros que había en el Perú: Nicanor Zúñiga (autor de las rejas y barandas del edificio que ocupa el diario El Comercio) . Le dijo, como se decía antiguamente: “Maestro, aquí le entrego a mi muchacho para que lo haga un hombre”. “Déjelo nomás, señora...” Eso fue en el año 36. Entonces se aprendían muchas cosas. Se hacía un trabajo artesanal del siglo XV. Uno iba a un taller en esa época y le decían: “¿Sabe trabajar?¿Cuánto quiere ganar?” “Dos soles diarios” “Bueno, hágase sus herramientas”. Y entonces teníamos que hacernos un martillo, el juego de tenazas... Hacer un martillo es una cosa hermosa. Se puede comprar en la ferretería, pero hacerse su herramienta es una prolongación del brazo mismo. La cerrajería peruana era de corte español, a base de arabescos, por influencia árabe. Cada herrero tenía un estilo que lo caracterizaba como una firma o una huella digital. Ese sello artesanal se conseguía en diez, quince años de trabajo.

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Siempre se cantó en la herrería, porque la forja tiene un ritmo. Fíjate, se trabaja con dos machos o combas y como el martillo no rebota cuando el hierro está al rojo, para ahorrarse el esfuerzo de levantarlo se da un golpe en el yunque para que rebote. Por eso hay una musicalidad: entre el sonido sordo de la comba, el golpe del martillo sobre el hierro al rojo y contra el yunque; como el coro de los herreros en la ópera 'El trovador' de Verdi: Kimpun kapun, kipun kapun... Uno cantaba sobre ese ritmo, con el fuelle de la fragua que hacía como una tuba. Entonces había una armonía que lo hacía cantar fácilmente. Es un canto 'a capella' que no lleva más ritmo que el de la fragua. Esto de alguna forma me ligó a la actividad artística que, en el fondo, no es ningún cambio sustancial: de forjar hierro a forjar palabras, por ahí están las cosas. Y es justamente en los años 40 cuando empiezo a escribir mis primeras décimas, al reverso de los planos que me entregaban para hacer rejas. A veces devolvía los planos garrapateados sin darme cuenta. Menos mal que los dueños eran unos italianos condescendientes con mi afición.


Porfirio Vásquez
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Don Carlos Porfirio Vásquez Aparicio (1902-1971), no confundir con su hermano Carlos, nació un 4 de noviembre de 1902, en el otrora celebre pueblo de Aucallama, ubicado en el fértil valle de Chancay (75 Kms al norte de Lima), Fueron sus padres don José Santos Vásquez y doña Floriana Aparicio. En 1920 llegó a Lima y contrajo matrimonio con la dama limeña Susana Díaz Molina, con la que tuvo 8 hijos: Vicente, Oswaldo, José Santos, María Julia, Abelardo, Porfirio, Daniel y Pedro. 

 

"El Amigazo", como le llamaran sus múltiples amigos o "Don Porfi" como le dijéramos cariñosamente los muchachos, fue tan completo que podía improvisar una marinera de término, cantarla cajoneando o pulsando la guitarra, o bien bailarla fina, salerosa o pícaramente. Zapateador de contrapunto con vastísimo repertorio de pasadas; bailarín del ya extinto agüenieve; guitarrista folklórico que legó a la actual generación toques casi perdidos, como el 'socabón', 'agüenieve', 'diabliquillo', 'alcatraz' y 'zapateo en menor', así como afinaciones o temples en la guitarra ('punto de maulío') para diferentes golpes de jarana derivados de la 'mozamala' y 'zamacueca'. Buen decimista e inagotable narrador de cuentos, leyendas y todo tipo de tradiciones. Mucho de lo sabido por don Porfi, lo heredó de sus mayores: don José Santos, su padre; Marcelino Vásquez y Elías Muñoz, sus tíos carnales; Higinio Quintana, su maestro en el arte de la décima; y sus hermanos: Juan, el invencible zapateador; Vicente, el viejo patriarca de la familia; Carlos, el decimista; Oswaldo, bailarín y cantor y compañero de andanzas de don Porfi. De sus hijos Vicente ha sido el más aprovechado en la guitarra, Oswaldito en el cajón, María Julia en el baile de marinera, que practicara desde muy niña, teniendo como magistral pareja a su hermano Abelardo, quien también es músico, cantor y compositor.

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Cuando en 1945 fue clausurado el 'Kennel Park', don Porfi se quedó sin trabajo. En esa época le conocí e intimamos como padre e hijo. En 1949, Porfirio es solicitado como profesor en una Academia Folklórica (la primera que se funda en Lima) y amplía su docencia a clases particulares. Esto lo convierte en un redivivo continuador de esa larga e interrumpida tradición de negros maestros de bailes que hubieran hasta el siglo XIX (Tragaluz, Maestro Hueso, etc.). Igual que ellos, don Porfi se ve precisado a inventar algunas coreografías, dando al festejo muchos de los pasos básicos que hasta hoy conserva. 

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Un día me enteré que don Porfi había sufrido un derrame cerebral. Ahí lo vimos en el Hostpal Central, guapeando a la muerte y derrochando esa chispa alegre y genial que siempre le aminara. Pero la suerte estaba echada. Días más tarde, en una clínica de Chorrillos fallecía don Porfi, "El Amigazo", mi maestro querido. Justo a las cinco y media de la tarde de un primaveral domingo, 26 de septiembre de 1971 ('Año Internacional de la Lucha contra el Racismo y la Discriminación Racial'), se apagaba la fecunda vida de este versátil, inquieto, profundo y auténtico folklorísta peruano, cuya capacidad amical rompió todas las barreras sociales y económicas de nuestra jerarquizada sociedad, a la que dejó un inmenso legado de peruanidad. 

 

(Texto disco Socabón, 1975)

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Fue Porfirio quien me llevó donde su hermano Carlos, que fue discípulo del famoso Higinio Quintana. Yo tenía una buena cantidad de glosas y fue Porfirio el que me dijo: "dígase una, Nicomedes", cuando terminé Carlos Vásquez estaba llorando. Me dijo: "creí que me iba a morir sin dejar un discípulo, tú vas a ser", y sacó unos cuadernos viejos de contabilidad, en los que tenía miles de glosas en las que había cantado a todo lo imaginable. Entonces le dije que no quería continuarlo, que quería recitar lo mío y seguir mi propio camino. Eso no le gustó. Pero después lo entendió y nos hicimos grandes amigos. 

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Rafael Santa Cruz Gamarra
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Rafael y Nicomedes, años cuarenta

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Mi hermano Rafael fue clave en mi despegue. Cuando él debutó en el año 47, yo me tiré al ruedo, porque nos hemos criado juntos y nos tratábamos de compadres sin serlo; ya lo estaban cargando en hombros porque había matado su segundo toro que era el sexto por ser debutante. Era un 23 de marzo y le dije: “Compadre, has triunfado, ¡qué te parece!” “Parece que no fuera yo”, respondió. A partir de ese instante, él empezó a torear todos los domingos y yo a vivir de la gloria de mi hermano. Yo regresaba borracho, dormíamos en el mismo cuarto, y lo encontraba durmiendo. Le decía: “¡Compadre, Lima es tuya y tú durmiendo!”. “Es que mañana tengo que entrenar”. “Pero todo Lima está borracha por culpa tuya y tú aquí durmiendo...!”

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Rafael tuvo que irse a México primero y después a España. Regresó a los tres años de torear en Francia y España y lo primero que me dice es: “Tú eres artista”. Claro, soy artista del fierro, dije yo. “¡No! Tú eres artista y no del fierro porque en el mundo he visto gente que tiene lo que tú tienes y vive cojonudamente”. Para mí eso era difícil de entender porque Rafael era tres años menor que yo, con menos mundo, aunque conociera un mundo que yo no vislumbraba aún.

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Búsqueda de su destino

 

El arte poético me va ganando terreno y el 25 de abril del año 1956, dejo el taller de herrería que había montado en 1953 y me largo por el mundo a encontrar mi destino recitando mis versos, que ya se contaban por algunas centenas de glosas. Mi propio maestro, don Porfirio, era algo ya superado por mí, porque todo lo que había hecho él, era prepararme para competir con otros decimistas que ya no existían y que en el mejor de los casos, como en el de su hermano Carlos, frisaban los ochenta años. Ellos estaban encuadrados en una temática y en una actividad totalmente rural, en lo humano y en lo divino, y yo veía una serie de acontecimientos distintos. Viajé al norte hasta Ecuador, pueblo por pueblo y chichería por chichería. Preguntaba a la gente de los corrillos: “¿Qué están celebrando?” “El cumpleaños de él, la boda de ella o la despedida de aquél...” “Puedo ofrecerle un poema de homenaje?” y dale, bueno...¡Zas! improvisaba un poema. Querían pagarme. “No, de pagar nada”, decía yo. Entonces me invitaban trago, comida... Ocurría que mareado con tanta chicha ya no estaba allí sino en una casa y en otra. De pronto se producían unos pleitos porque a alguien no le había caído bien y es que a donde fuera le cambiaba el sentido al festejo. ¡Qué boda, ni qué cumpleaños! Todo lo distorsionaba Nicomedes. Alguna gente para darse ínfulas de culto decía: “Eso no es de él, yo he escuchado eso y es de Chocano”. Porque el pueblo analfabeto de esa época todo lo que le parecía bueno se lo endilgaba a Chocano. Así que yo pensaba: si creen que es de Chocano, entonces debo ser bueno...


Mundo profesional

 

Sobre su experiencia con José Durand y Ritmo Negro del Perú.

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Me di cuenta que iba vivir del aplauso. Sin embargo, dada su inestabilidad, sabía que no podría mantenerme como me había mantenido la herrería. Entonces me metí inmediatamente a hacer periodismo. Un hijo de los Miró Quesada dirigía el dominical de El Comercio y le ofrecí un artículo sobre folklore. No tenía nada preparado pero cuando me preguntó sobre qué sería el primer artículo, respondí que sobre la Marinera. Fue heroico. Me costó toda una noche y salió publicado el 1 de junio de 1958, justo cuando cumplía 33 años ('Ensayo sobre la Marinera'  PDF). 

Nicomedes habla sobre su primer artículo en prensa

Nicomedes habla sobre Salazar Bondy

Ese mismo año, Sebastián Salazar Bondy me citó a la redacción del diario La Prensa y después de tener una larga conversación conmigo y ver mi libreta de décimas me dijo que iba a escribir un artículo sobre mí, pero que iba a traer cola y generar polémica. Efectivamente, fue lo que ocurrió, pues Sebastián tituló su nota: 'Nicomedes Santa Cruz: poeta natural', ver Hemeroteca año 1958. Inmediatamente le contestó José Durand Flores negando que existiera tal poesía natural (en lo que anduvo acertado, creo yo); también entró al debate Luis Jaime Cisneros. Al año siguiente, Juan Mejía Baca me publicó el primer libro de décimas y le encargó el prólogo a Sebastián, que le corrigió algunas cosas a su polémico artículo con el que, para decir la verdad, yo no estaba de acuerdo. Sebastián me había ayudado presentándome a la intelectualidad de la época y había orientado mis lecturas, pero en esa ocasión discutimos y el libro se quedó sin prólogo. Creo que alguien que entendió muy bien el fenómeno de la décima fue Ciro Alegría, gran amigo mío. Fue él quien presentó mi segundo libro, editado por Studium. Es que Ciro había vivido largo tiempo en Cuba, tierra de decimistas.

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Charla en San Marcos. 1958 

 

 

También en 1958, además de crear el Conjunto Cumanana ,  los estudiantes de la Universidad de San Marcos me invitaron a la Casona, en el Parque Universitario, para que diera una charla sobre la décima en Hispanoamérica. El texto se publicó luego en 'El Comercio' con un reclamo que yo añadía que se hiciera un estudio detallado de esta forma poética en nuestro país; en aquel entonces ni siquiera imaginaba que luego me correspondería hacer ese trabajo.

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Lo que pasa es que existían estudios muy buenos sobre la décima en Panamá, México, Cuba, Argentina y Puerto Rico, pero en ninguno de ellos se mencionaba al Perú. A mí, que he nacido en olor de décimas, me fastidiaba esta situación y quería que se rectificara. Y así fue como a partir del año 60 comencé a recorrer la costa, que es el territorio donde había quedado la décima peruana, a fin de recopilar todo el material que me fuera posible. Cuando llegaba a los pueblitos, los octogenarios accedían a cantar sus décimas, pero no faltaba un niño (los niños no se callan esas cosas) que se acercaba para decir: “Ese señor es de Radio Nacional, yo lo escucho”. Y entonces venía la desconfianza y el trovador callaba, creyendo que había ido a robarle su canto. Ahora bien, esto no quiere decir que las décimas no se repitieran y que cada poeta estuviera obligado a ser original; los decimistas analfabetos del siglo XX (he llegado a conocer a algunos) tenían una memoria prodigiosa que les permitía recordar treinta glosas en un solo contrapunto. Échense a pensar lo que significa, teniendo en cuenta que cada glosa la forman cuatro décimas y una cuarteta.

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Extraído de: Revista Juventud (Argentina).
Buenos Aires, 21 de mayo de 1974.
“Nicomedes Santa Cruz: El Perú entero”
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"La nostalgia de un autodidacta", por Nicomedes Santa Cruz.
El Comercio. 10 de julio de 1977
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Suplemento. Revista de la Semana
Lima, 17 de julio de 1983
“Yo nací en olor de décimas” por Peter Elmore y Federico Cárdenas.
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